Este libro de la ilustradora colombiana Claudia Rueda es una muestra clara de la tendencia actual en la literatura para niños a llevar algún rasgo propio del discurso literario a la categoría de procedimiento estructural, lo cual convierte claramente al relato en una narración metaficcional. En este caso se trata de la intertextualidad.
De un modo sugerente y sutil, el procedimiento aparece en ciertas similitudes entre el episodio de la vida de Ana que se narra y el cuento de Cenicienta: Ana es dejada sola en casa una noche en la que sus padres y sus dos hermanas van a un baile, con el pretexto de que es pequeña, El tratamiento burlón de sus hermanas recuerda a las hermanastras de Cenicienta y el sentimiento de soledad y pérdida es bastante parecido. También en el final la sugerencia es clara: Ana reacciona ante las campanadas del reloj, a las doce de la noche y, cuando corre a zambullirse en su cama, pues sus padres están llegando de regreso, pierde una zapatilla en la escalera.
Pero, enmarcado en estos dos sucesos inicial y final, está el desarrollo de la historia, que consiste en la persecución por parte de Ana de su gato Emilio quien, a su vez, persigue a un ratón. Así llegan al sótano, sitio prohibido para Ana. Allí descubre muchos libros
“Y entre los libros comenzó a encontrar…”
(Tal vez debería leerse “En los libros…”, ya que se muestra a la niña mirando las páginas de uno de ellos). Lo que sigue es una enumeración de objetos, personajes y acciones encontrados, que no son otra cosa que referencias a cuentos clásicos:
1 zapatilla de cristal
2 niños perdidos con un trozo de pan
3 cochinitos huyendo del lobo
4 músicos trepados unos sobre otros
5 frijoles a cambio de una vaca
6 pasteles para la abuela
7 enanos
8 patitos lindos
9 soldaditos de plomo
10 colchones sobre un guisante
La ambigüedad de alguno de estos enunciados se despeja a partir de los dibujos que acompañan a cada uno en la página enfrentada. Así por ejemplo, a “9 soldaditos de plomo” le corresponde una imagen de 9 soldaditos alineados en una estantería, el último de los cuales tiene una sola pierna, como el personaje del cuento de Andersen. A “6 pastelitos para la abuela” le corresponde una imagen de Caperucita llevando los pasteles en una canasta y del Lobo, espiando entre los libros. Sin embargo, las alusiones juegan con la connotación, pues no se dice “Hanser y Gretel”, sino solamente “dos niños perdidos con un trozo de pan”. No se habla de “El Patito Feo”, sino de “ocho patitos lindos” y sólo se incorpora el protagonista del cuento de Andersen en la imagen.
El texto verbal resulta, pues, muy sencillo y despojado; su sentido se enriquece mediante la imagen, con lo que se cumple otra regla de la actual literatura para niños, la del álbum, modalidad que la tendencia actual ha puesto de moda y que consiste en articular un relato mixto integrado por palabras e imágenes, procurando que unas y otras resulten por sí mismas insuficientes para construir el plano semántico con un sentido más o menos completo, lo cual, en cambio, sí se logra mediante la conjunción de ambos lenguajes.
El libro parece demasiado sencillo a primera vista, a no ser que se valoren adecuadamente las referencias a los clásicos. Los lectores sólo pueden completar el sentido si conocen previamente los diez cuentos aludidos por la enumeración y las imágenes, o por lo menos unos cuantos, lo cual es poco probable en el caso de muchos lectores infantiles. Sin embargo esto no descalifica al libro como lectura válida para cualquiera: el volumen puede resultar una herramienta válida para desarrollar la lectura de los niños. Basta con que descubran alguno de los cuentos que conocen en la alusión que de él se hace, para que deduzca que en los demás casos también se trata de cuentos. La invitación a su lectura está implícita y sólo será necesaria, tal vez, la intervención del adulto para orientar al pequeño hacia esos otros relatos, sus títulos y sus autores.
En síntesis, un libro encrucijada en el camino lector de los pequeños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario