sábado, 2 de febrero de 2013

SOBRE LA NATURALEZA DEL LIBRO ÁLBUM



Oscar H. Caamaño




Cuando pensamos en la literatura, pensamos en textos y, si dejamos lado la oralidad, pensamos en textos escritos. ¿Qué es una obra literaria?: un texto escrito con ciertas características. No me interesa en este momento describir esas características, trátese de poemas o de narraciones, ensayos o dramas. Lo que me interesa destacar es que ese texto es independiente del soporte en el cual se presenta. Tanto es así que una obra literaria puede pasar por diferentes presentaciones, desde su estado de manuscrito al de obra editada, desde la edición en rústica a la edición de lujo, o a su forma segmentada en entregas semanales en un periódico y otras variantes, todo lo cual no modifica a la obra en sí; sencillamente es accesorio. El proceso creativo de la obra literaria se circunscribe a su escritura, sin importar si en su edición llevará letras capitales, si usará tipos con serifas o cuál será la cantidad de páginas o su tamaño.
En cambio, el llamado libro-álbum es algo significativamente diferente. De hecho, ya no hablamos de una obra, sino de un libro. Y esto marca un aspecto propio, no solamente del proceso editorial, sino del proceso creativo de tal objeto cultural. Como sabemos, el libro-álbm, álbum ilustrado o simplemente álbum, es un compuesto de texto e imagen; pero no sólo eso, porque el diseño y el maquetado constituyen componentes esenciales que comprometen aspectos expresivos, estrategias expositivas o narrativas y efectos receptivos concretos.
Podemos mencionar, por ejemplo, una exigencia que, si bien está presente en cualquier edición, aquí es condicionante de la obra: el número de páginas, que siempre ha de ser múltiplo de cuatro en función de la segmentación del pliego de papel y de su plegado en las hojas del libro. Ésta es una exigencia que afecta la puesta en escena de las imágenes y el texto. Se suele decir que el número ideal de páginas para un libro de éstos es el de 32. Pero, además, se tiende al despliegue de la imagen, y del texto, en páginas dobles.
La relación cuantitativa entre imagen y texto siempre se define en un dominio de la primera sobre el segundo, lo cual no depende de que haya más cantidad de imágenes que de palabras, sino del tamaño relativo de esos elementos en el espacio visual. Y eso no depende sino del diseño y de la maquetación, porque una imagen puede reducirse a un pequeño recuadro o ampliarse hasta abarcar la doble página o un segmento mayoritario de ella.
La segmentación del texto también está en relación con el número de páginas disponibles. Esa segmentación implica una dosificación de la información y puede adoptar un valor expresivo cuando, por ejemplo, el corte se aprovecha para crear suspenso.
La imagen puede también potenciarse en el paso de página, como cuando lo que se persigue es un impacto expresivo, por ejemplo la revelación de un personaje misterioso; cuando la propia imagen se prolonga mediante el encabalgamiento en la página posterior. Con este recurso se acelera el proceso de lectura, al quedar la imagen incompleta, cortada, como un reclamo al lector para que la gire inmediatamente.
Texto e imagen conviven en el espacio de la doble página; pero su relación, amén de la de sentido, no es sólo cuantitativa. Ambos elementos pueden aparecer perfectamente delimitados y separados uno del otro; pero también pueden aparecer superpuestos, o interpenetrarse. La imagen puede invadir la página, recortarse en un sector de ella, recuadrarse o encuadrarse o, inclusive, romper o desbordar el marco. Y esos recursos no se resuelven sólo en la resolución de la imagen, sino que se completan en el diseño y en el maquetado.
La tipografía es otro aspecto del diseño que puede sumarse expresivamente al logro del efecto perseguido, como ocurre en Voces en el parque, de Anthony Browne (1999), una historia contada por cuatro personajes en forma sucesiva y repetitiva, pero según su punto de vista y su carácter. Cada nuevo relato adopta un tipo caligráfico que expresa el carácter del personaje narrador.
En conclusión, el libro-álbum es un objeto diferente a la obra literaria, tanto como lo es el teatro, la ópera o el cine, puesto que en su lenguaje intervienen no sólo la palabra, sino la imagen pero, además, el objeto libro. El carácter de objeto material concreto está implícito en su génesis y presente desde el momento mismo de su creación hasta el instante de la aparición del primer ejemplar y, más allá aún, hasta el final del acto receptivo.
En este sentido, el libro-álbum escapa del campo de la literatura, hacia sus fronteras, hacia un lugar de intersección con otros lenguajes. Es un tipo de híbrido tan característico de nuestro tiempo como el cine de animación, las performances, los happenings, las instalaciones y las presentaciones multimediales.

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