lunes, 6 de febrero de 2012

JULIO VERNE (8 de febrero de 1828-1905)


"Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo realidad".

Juio Verne


Estas palabras del autor francés no sólo son significativas en sí mismas, sino que resultaron proféticas en relación con su propia obra narrativa. En efecto, gran parte de su producción novelística hoy se considera de anticipación en cuanto prefiguró inventos y descubrimientos tan significativos como los viajes a la luna (Viaje a la Luna y Viaje alrededor de la luna), el submarino y los motores eléctricos (20.000 leguas de viaje submarino, De cara a la bandera), los trenes eléctricos e Internet (París en el Siglo XX), la circunnavegación del Ártico (El náufrago del Cynthia), la conquista de los polos (Las aventuras del capitán Hatteras, La esfinge de los hielos), el helicóptero (Robur, el conquistador), grandes transatlánticos, muñecas parlantes (La ciudad flotante), armas de destrucción masiva (Los quinientos millones de la Begun), el ascensor (La isla misteriosa), el descubrimiento de las fuentes del Nilo (Cinco semanas en globo), las casas autotransportables (La casa de vapor).
Pero, si bien la imaginación prodigiosa de Verne se anticipó a la de muchos inventores y viajeros, e inspiró a científicos y técnicos, esa cualidad no se asentaba sobre el aire, sino sobre una sólida plataforma científica basada en el estudio y la investigación durante muchas horas diarias a lo largo de muchos años. Por ello, sus creaciones tenían un arraigo profundo en la realidad y un sustento científico muy sólido. No en vano consideraba como debilidad de Edgar Allan Poe, a quien admiraba como escritor, su falta de rigor científico. Tal vez una excepción a su regla de imaginar sobre bases científicas, la constituya El secreto de Wilhelm Storitz, secreto referido a la fórmula de la invisibilidad, prodigio aún no cumplido. Tal vez, aunque en este caso por el lado del humor, sea una excepción la novelita Un descubrimiento prodigioso, en cuyo final el autor se ríe del lector crédulo y, al mismo tiempo, muy posiblemente de sí mismo.
Ciertamente, muchos pasajes de la obra verniana se resienten por su carga de datos y referencias a viajes y descubrimientos anteriores, históricamente documentados, que contextualizan y valorizan la aventura que les seguirá, y también por las largas explicaciones técnicas y científicas sobre los inventos que constituirán un componente central de muchas de sus singulares historias. Tal vez ese lastre respondiera en parte a las exigencias de extensión en páginas de las novelas, por parte del editor que, como se sabe, era un comerciante muy eficiente.
No obstante, no toda la narrativa verniana se centra en lo científico. Muchas de sus novelas encierran una serie de temas de interés humano y están cargadas de dramatismo, de sólidos sentimientos o de crítica política, como El Chancellor que describe la situación límite de tripulantes de un barco que se incendia y queda a la deriva durante un tiempo demasiado prolongado, o la búsqueda empeñosa de su progenitor en los mares y teritorios del sur por Los hijos del Capitán Grant, o de su esposo a través del escasamente explorado continente australiano por Mistress Branican. La Jangada, enmarcada en el desbordante paisaje amazónico, narra la lucha de un hombre y su familia por el amor y el honor. Amor y odio se mezclan en Las Indias Negras y en Los quinientos millones de la Begun la fobia alcanza el nivel de las nacionalidades.
La temática histórica y la política nutren textos de sólida contextura épica, como Frente a la bandera, Familia sin nombre, Miguel Strogof, El archipiélago en llamas y La misión Barsac. Y para ampliar la variedad de temas y enfoques, contamos con las novelas centradas en personajes extravagantes, como La vuelta al mundo en 80 días o El testamento de un excéntrico. La robinsonada se hace presente en La isla misteriosa y en Dos años de vacaciones, a las cuales se suma, como aventura juvenil, Bolsas (becas) de viaje. La búsqueda de la identidad perdida anima a El náufrago del Cynthia. La trama policial se despliega en Un drama en Livornia.
Así podríamos seguir enumerando novelas y temáticas; pero, sin desmentir esa variedad que constituye una de las riquezas de la obra de este gran escritor, hay un motivo presente en la enorme mayoría de sus obras: el viaje. Ése es el motivo que permitió a Julio Verne elaborar un proyecto creativo majestuoso bajo el nombre de Los viajes extraordinarios. En él se resume una idea muy propia del siglo XIX y de parte del XX: la conquista del universo. La obra verniana anticipa y acompaña las políticas expansionistas de la europa decimonónica. Ideas hacia las que se vuelve crítico en su madurez. Pero su pensamiento no se orientaba a la dominación de unas naciones sobre otras, sino más bien a la colboación para la conquista de la naturaleza. Su lema podría haber sido: Siempre más allá. Hacia los polos, hacia el fondo marino, hacia el interior de la tierra, hacia los continentes y los mares inexplorados, hacia el espacio. Y, como reza su epitafio, por él mismo elegido, Hacia la inmortalidad y la eterna juventud.
Si la frase con la que abrimos este artículo es cierta, Verne nos ha mostrado la herramienta más eficaz para construir el futuro: la imaginación y... ¿por qué no? la utopía.
Oscar Caamaño


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