viernes, 6 de marzo de 2009

LA ISLA DEL TESORO y la cuestión de las adaptaciones


Hoy día, y desde hace mucho tiempo, la adaptación de los clásicos, es una práctica habitual por parte de las editoriales. Si bien lo deseable es que las nuevas generaciones lean en algún momento los clásicos, comenzando por los dedicados a la infancia o consagrados por ella, como los propios de la adolescencia y la juventud, las adaptaciones son una forma de acercamiento a esas obras maestras que constituyen núcleos significativos del imaginario cultural de occidente. Se supone que de este modo el niño o el joven puede tener una idea acerca de esa literatura y que, tal vez, más adelante se decida a buscar el texto original. Sin embargo, no nos engañemos pensando en que se trata sólo de una estrategia de animación lectora, puesto que, la mayor parte de las veces, no se aclara que se trata de una adaptación, y el lector desprevenido e ingenuo, cree haber leído la obra original. (1)

Este tipo de producción es, entonces, un arma de doble filo. Mi personal postura es en general adversa a las adaptaciones, aunque hay que reconocer que las hay muy buenas y, por otra parte, algunas obras, aligeradas de elementos no esenciales (aunque esto también podría ser discutible), resultan asequibles a los lectores jóvenes, lo cual no sucedería en el caso de las versiones originales. En ese caso, diría yo, que esperen en los estantes su turno. Si la formación lectora de los jóvenes se orienta bien, llegará el momento para los clásicos que, por otra parte, en general se reeditan permanentemente.

Lo novedoso de esta época, tal vez sea, en relación con los relatos juveniles, su edición en forma de libros ilustrados. Podríamos citar el caso del Cuento de Navidad, de Charles Dickens, ilustrado por Roberto Innocenti, (1990, Barcelona: Lumen-Sudamericana) o la serie Clásicos Juveniles, de El Ateneo, que incluye títulos como Oliver Twist o Aladino y otros cuentos de Las mil y una noches.

Con respecto al caso del título, Uribe y Ferrari Editores ha publicado en 2005 una adaptación de Claire Ubac ilustrada por François Roca. Esta circunstancia, si bien no se aclara en la tapa, aparece mencionada en la falsa portada.

Lo interesante de esta propuesta es que de la historia de Stevenson queda sólo un resumen y es evidente que hay que remitirse a la obra original para conocerla realmente. En efecto, de ella sólo aparece lo que puede imaginar un personaje femenino ajeno al relato del autor escocés. Ella encuentra en un cofre abandonado en la playa, un ejemplar de la novela completamente corroído por el moho, las ratas y el tiempo, del cual apenas se han salvado las ilustraciones. Por las noches, junto al fuego, en una habitación del faro que cuida, cuando observa las láminas, se le aparecen los personajes quienes, por turno, le van contando, en forma resumida, su historia. El final, un poco abrupto, parece dejar ex profeso una serie de cabos sueltos.

De este modo, la propuesta, que atrae al lector por su acabada edición y por una ilustración magnífica de carácter pictórico, le hace sentir la necesidad de conocer mejor a estos personajes, sus historias y el final, sólo sugerido.

Este volumen, por el juego complementario entre el texto verbal y las imágenes para desarrollar el relato, y por la clara referencia a La Isla del Tesoro auténtica, así como por su tamaño y tipo de edición, se constituye en un verdadero álbum metaficcional.

A pesar de lo dicho sobre las adaptaciones, me parece que es interesante incorporar este libro a una biblioteca de iniciación lectora destinada a niños y jóvenes.


(1) Ver Soriano, Marc (1995) La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas. Buenos Aires: Colihue, especialmente el artículo ADAPTACIÓN Y DIVULGACIÓN. Información y desinformación.

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