Estudió en el Seminario y posteriormente matemáticas e ingeniería en el Colegio Militar.
Desde niño cultivó la poesía y en 1852 fundó La Siesta, órgano literario de inclinación romántica, en compañía del escritor José María Vergara.
A partir de 1855 se radicó en Nueva York, como secretario de la legación colombiana en esa ciudad. Su relación con personalidades de la intelectualidad como Longfellow y Bryant, su inmersión en una cultura y un idioma de sonoridades diferentes, tal vez fue lo que dio un giro universal a su obra, que por entonces alcanzó la plenitud. Tradujo por ese entonces a poetas ingleses, franceses y alemanes, y sus llamados Cuentos pintados se publicaron por primera vez en esa ciudad.
Pero tal vez su recuerdo más perdurable en la memoria popular de América sean sus escritos para niños. En ellos, a pesar de un lenguaje y una sintaxis poética que revela el paso de los años, sigue vivo y fresco un humor que encanta y que rescata a estos poemas para la lectura y la escucha de los niños de hoy. A modo de ejemplo, reproducimos dos de ellos.
LA MARRANA PERIPUESTA
Viénele a un mono la chusca idea
De ornar con flores a una marrana,
Y ella al mirarse ya tan galana,
Envanecida se contonea.
Y a cuantos mira grúñeles: ¡ea!
¡paso a la venus! ¡todos atrás!
¡ah! dijo el zorro: siempre eres fea;
LA POBRE VIEJECITA
Érase una viejecita
Sin nadita que comer
Sino carnes, frutas, dulces,
Tortas, huevos, pan y pez
Bebía caldo, chocolate,
Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba
Qué comer ni qué beber.
Y esta vieja no tenía
Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande
Con su huerta y su jardín
Nadie, nadie la cuidaba
Sino Andrés y Juan Gil
Y ocho criados y dos pajes
De librea y corbatín
Nunca tuvo en qué sentarse
Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines
Y resorte al espaldar
Ni otra cama que una grande
Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma,
Mucha seda y mucho olán.
Y esta pobre viejecita
Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja
Y uno menos que vivir
Y al mirarse en el espejo
La espantaba siempre allí
Otra vieja de antiparras,
Papalina y peluquín.
Y esta pobre viejecita
No tenía que vestir
Sino trajes de mil cortes
Y de telas mil y mil.
Y a no ser por sus zapatos,
Chanclas, botas y escarpín,
Descalcita por el suelo
Anduviera la infeliz
Apetito nunca tuvo
Acabando de comer,
Ni gozó salud completa
Cuando no se hallaba bien
Se murió del mal de arrugas,
Ya encorvada como un tres,
Y jamás volvió a quejarse
Ni de hambre ni de sed.
Y esta pobre viejecita
Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas,
Ocho gatos y un turpial
Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal
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Rafael Pombo
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