martes, 23 de marzo de 2010

VIAJE AL MUNDO DE JULIO VERNE. A 105 años de su desaparición física, ocurrida el 24 de marzo de 1905





Adaptación de una clase desarrollada por el Prof. Oscar Caamaño como parte del Ciclo Tres clases sobre tres clásicos, en octubre de 2005 en el Instituto Superior de Profesorado Nº 8 “Almirante Guillermo Brown” de Santa Fe, Argentina.


“La geografía es mi pasión” escribió Verne, según recuerda José Antonio Marina (Marina, 2005), quien nos llama la atención, de ese modo, sobre la importancia de lo espacial en la obra del autor francés que “pretendía hacer [dice] con la geografía lo mismo que Alejandro Dumas, con quien había colaborado en ocasiones, había hecho con la historia”.
Inmediatamente nos asalta el nombre con el que bautizó su producción novelística: “Viajes Extraordinarios”, y los títulos de varias de sus novelas y relatos breves: Viaje al centro de la Tierra, 20.000 leguas de viaje submarino, Un viaje en globo, Viajes por Escocia, Viaje con rodeos a Inglaterra y Escocia, y sobre todo los argumentos de la mayor parte de su producción literaria, desde Cinco semanas en globo, su primera novela publicada, hasta La Misión Barsac, editada póstumamente.
Encuentro en el motivo del viaje algunas posibles perspectivas de análisis de la obra verniana que me agradaría explorar como miradas generales que nos ayuden a penetrar en su universo literario, como si fuéramos provistos, al menos, de una brújula y de un compás.
El viaje tiene más de una interpretación posible: una de tipo material, como desplazamiento en el espacio, recorrido de un itinerario hacia otro lugar: el viajero traslada su cuerpo de un aquí a un allá. Este aspecto del viaje constituye su lado más superficial y se desprende de una lectura literal de la aventura.
Pero también tiene otras interpretaciones: en el caso de Verne, el viaje representa una aventura de conocimiento, es decir que, según Michel Serres encierra un sentido enciclopédico: “El objetivo del recorrido es un lugar privilegiado donde es posible experimentar directamente una teoría científica o, de paso, resolver un problema. […] De donde se sigue la profusión de álgebra, de mecánica, de resistencia de materiales, de astronomía, de zoología, de entomología, de geografía, de historia,”. Según Serres este aspecto representa el costado educativo que atribuye al interés del editor y que resume como: “instruir y dar placer, hacer el balance de las ciencias y de las técnicas de la época; ir más allá de las tierras conocidas y de los conocimientos humanos.” (Serres, 1968: 55) Esta interpretación sigue correspondiendo a una lectura literal y denotativa de los textos. Ese sentido está dicho explícitamente y al alcance inmediato del lector.
Una tercera Interpretación trasciende la significación de recorrido geográfico e intelectual, de carácter enciclopédico, para constituir una interpretación de tipo espiritual, el viaje es un proceso de iniciación, de conocimiento (no en el sentido de acumulación de información, de datos científicos, sino de sentido, de crecimiento interior, de pasaje hacia una mayor comprensión y dominio de sí mismo. El viaje encarna, entonces, una faceta de conocimiento del mundo, un aspecto que podría vincularse con lo científico en cuanto conocimiento racional de la realidad objetiva, exterior al hombre, geográfica, y una faceta de conocimiento psíquico y espiritual, de autoconocimiento, vinculada con el plano mítico, es decir con el plano de las explicaciones esenciales, que se produce a través de elementos simbólicos o arquetípicos. En esta tercera interpretación debemos ubicarnos en el nivel connotativo, en el de aquello que no está dicho literalmente, sino sugerido o al menos implicado en el texto.
Tomemos las dos primeras facetas: el viaje como desplazamiento físico y como conocimiento enciclopédico.
La elección del viaje como motivo central de la obra de Verne debe tener una explicación que trasciende al autor, y que traté de abordar en una conferencia anterior, dada en esta misma institución hace algunos años. Me refiero a una concepción del mundo y de la ciencia propia del Siglo XIX, etapa de gran expansión y optimismo científico. La idea de que el hombre, mediante la razón y auxiliado por la ciencia y la técnica, así como había llegado a conocer y utilizar los fenómenos naturales, como por ejemplo la aplicación de vapor de agua a una máquina para generar el movimiento, así también podría conocer y dominar a la naturaleza, domesticarla en su propio beneficio, humanizando, a través de la razón, el mundo salvaje e incontrolado de la naturaleza.
La idea del control, especialmente aplicada a lo social, se expresa claramente en la figura del panóptico, concepto creado desde la arquitectura.
Recordaré –discúlpenme quienes hayan escuchado la conferencia ya mencionada- algunas cuestiones sobre el panóptico y sobre el “panoptismo” en Verne.
Decía entonces, que Foucault propone el concepto de panoptismo como una de las claves para la interpretación de las sociedades ocidentales a partir del siglo XIX:

“...el panoptismo... en mi opinión, es uno de los rasgos característicos de nuestra sociedad: una forma que se
ejerce sobre los individuos a la manera de vigilancia individual y continua, como control de castigo y recompensa y como corrección, es decir, como método de formación y transformación de los individuos en función de ciertas normas. Estos tres aspectos del panoptismo -vigilancia, control y corrección- constituyen una dimensión fundamental y característica de las relaciones de poder que existen en nuestra sociedad.” (Foucault,1995: 117).




El panóptico de Bentham


El Panóptico es un modelo arquitectónico de edificio público (en primer lugar la cárcel, pero que también puede ser el hospital, el hospicio, el manicomio, la fábrica o la escuela), que responde a la sociedad del S. XIX, en la que el poder colectivo se expresa como control y disciplina sobre los individuos.


“… Conocido es su principio: en la periferia, una construcción en forma de anillo; en el centro, una torre, ésta, con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en
celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción. Tienen dos ventanas, una que da al interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y la otra, que da al exterior, permite que la luz atraviese la celda de una parte a otra. Basta entonces situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar.
Por el efecto de la contra luz, se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia…”
(Foucault, 2000: 203)


El panóptico permite aislar a cada individuo, evitando así el contacto entre los confinados, que puede traer el contagio, el complot, el comercio sexual, la retroalimentación de la delincuencia, la agresión mutua. Pero el efecto mayor del panóptico es el de


“… inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción… Para ello Bentham ha sentado el principio de que el poder debía ser visible e inverificable.” Foucault, 2000: 204-205)


El preso sólo ve permanentemente la torre desde donde sabe que puede ser vigilado, aunque, al no poder ver su interior, no sabe cuándo lo es. Nunca ve al vigilante. De este modo internaliza la vigilancia y la convierte en autocontrol, la lleva consigo, convertido a la vez en prisionero y carcelero.
Este modelo de la cárcel, se traslada al hospital, a la escuela, etc. y está diseminado en la cultura. La idea de control, expresada en el panóptico y estudiada por Foucault en relación con lo social, se expresó también, especialmente en el Siglo XIX, en la forma de concebir a la Naturaleza. La confianza en la ciencia, que comienza a dar pasos agigantados y que coloca al hombre, en tanto poseedor del conocimiento científico, por encima de la naturaleza, posibilitó pensar que ésta debe estar al servicio del hombre y que resulta necesario imponerle pautas de racionalidad a su existencia espontánea y, en cierto modo, caótica, es decir, la posibilidad y conveniencia de domesticarla.

El viaje es entonces el correlato de la mirada, de una mirada geográfica que procura abarcar un territorio, un espacio parcial desconocido, para tornarlo conocido e incorporarlo a la visión del todo universal; esto desde la sociedad europea occidental, situada como centro del mismo. La idea del panóptico está implícita en el sentido de colección de relatos que componen los Los Viajes Extraordinarios a los mundos conocidos y desconocidos: 72 novelas y dos colecciones de relatos breves. Esta idea se expresa, por ejemplo el su relato El eterno Adán, cuando dice:


“La verdadera superioridad del hombre no estriba en dominar o en vencer a la naturaleza, sino, para el pensador, en comprenderla, en alojar el inmenso universo en el microcosmos de su cerebro”. (Verne, 1998)


Y es la mente de Verne y la de sus lectores el lugar donde confluyen todos esos itinerarios conformando una visión totalizadora que, más allá del nombre de la colección, fue concebida como proyecto por el joven escritor y comunicada a su amigo Alejandro Dumas. Él quería escribir la novela de la ciencia, y Dumas, entusiasmado con la idea, que consideró una tarea inmensa, lo alentó a llevarla adelante.
Sabemos que el Siglo XIX fue una época en la cual se emprendieron los últimos grandes viajes de descubrimiento, tratando de abarcar los confines del globo, los polos, los continentes inexplorados, como el África, los países exóticos o en los que existían tierras vírgenes, como los de Asia, América o Australia, los lejanos archipiélagos del Pacífico y del Índico y todos los mares. Pero esto no bastaba a Verne, quien incorporó otras dimensiones, como las profundidades marinas, el subsuelo terrestre, la atmósfera e, inclusive, el espacio sideral a través de sus viajes a la luna.
La concreción de estos viajes requieren de los más modernos adelantos de la ciencia de la época en cuanto a medios de transportes, aunque en muchos casos se utilizan vehículos tradicionales: todo tipo de navíos, el submarino, el dirigible, el globo aerostático, el tren, el automóvil, un proyectil espacial, los trenes a vapor y eléctricos, los vehículos de tracción a sangre, …
Pero si el autor dedica grandes esfuerzos a construir un universo posible de ser recorrido y comprendido gracias a la ciencia y la técnica, es decir proyectándose hacia el futuro, sus novelas tienen, en el motivo del viaje, un vínculo con lo intemporal, con una esfera que trasciende toda época y que resume el tiempo histórico en un único y reiterado tiempo mítico.
Entramos así a la dimensión iniciática, que podemos llamar también dimensión mítica, pues cada viaje resume simbólicamente a todos los viajes; cada territorio o espacio recorrido, al universo.
Cuáles son los rasgos del mito:

· Sabemos que el pensamiento mítico es propio de las culturas religiosas: el mito es el relato del origen y explicación de todas las cosas, del universo completo, que se concibe como creado por los Dioses o el Dios y que debe ser conquistado por el hombre.
· El tiempo mítico es un tiempo cíclico, circular, no lineal. Se atiene al ritmo de la naturaleza, que año tras año se repite mediante la alternancia de las estaciones y de las celebraciones. El mundo muere y renace cada año.
· El pensamiento mítico opera mediante símbolos que trasuntan imágenes originarias o arquetipos. Si nos atenemos a la teoría de Jung, que reelabora la teoría de Freud al proponer la existencia de un inconsciente colectivo, los arquetipos son patrones básicos estructurales de la mente y un modo heredado de la función psíquica. Son imágenes ricas en contenido emocional y nunca aisladas de sus interacciones. Son energía inconsciente sin forma, que adquiere formas y cualidades diversas al volverse consciente, por ejemplo si tomamos el arquetipo femenino, es una energía, pero al proyectarse en un relato adquiere formas como la madre, la medium, Medea, el hada, la bruja, la heroína, etc.
· El pensamiento mítico pervive en las sociedades modernas bajo formas desacralizadas y se expresa en los sueños, en el cine, en la literatura, en las celebraciones populares, en los deportes, en los juegos infantiles, etc.

Si quisiéramos valorar la obra de nuestro autor sólo por su aspecto científico, más allá de los consabidos elogios a su capacidad imaginativa y de anticipación, a su conocimiento y rigurosidad científica, quedaría sin explicación la vigencia que lo hace el escritor más leído de la literatura francesa. Porque, si los inventos y descubrimientos que describe en sus novelas pudieron resultar sorprendentes en su momento, ya no lo son en la medida en que constituyen parte de la vida cotidiana o del conocimiento común y generalizado. Hoy, en la era del submarino atómico, el Nautilus no puede sorprendernos, como tampoco el proyectil en el que viajaron alrededor de la luna los personajes de Verne, por más que nos sorprenden las coincidencias de sus artefactos imaginarios con las formas reales que adquirieron posteriormente, lo cual lo convierte en inspirador y precursor de muchas de las aventuras científicas llevadas efectivamente a cabo luego por la humanidad.
Por supuesto que el elemento de ficción, de aventura, aporta un factor de interés para el lector. Verne es un excelente administrador del suspenso y, por otro lado, un gran constructor de escenarios mediante sus magníficas descripciones. Y, si bien no resulta un gran creador de personajes desde la pespectiva psicológica, tiene logros como el del capitán Nemo que resultan de gran interés.
Pero me parece que la presencia de un plano mítico connotativo subyacente al plano denotativo de la narración es lo que posibilita un vínculo psicológico con el lector quien puede proyectar en los símbolos que forman parte de las historias, los arquetipos latentes en su inconsciente.
Según Carl Jung, no sólo hay un inconsciente individual, sino también un inconsciente colectivo, el cual contiene la inmensa herencia psíquica de la evolución humana. El autor considera que esa herencia renace en la estructura de cada individuo. Y el contenido del inconsciente colectivo está constituido por los arquetipos. Como dijimos, esos arquetipos se exteriorizan bajo diferentes formas, de manera simbólica. Esas formas son lo que se ha llamado motivos en los estudios de las literaturas orales (Chertudi, 1967: 21)
Si bien la categoría motivo es vaga, puesto que puede designar un personaje, un objeto, una secuencia o esquema de acciones, lo considero válido en la medida en que los arquetipos se manifiestan bajo diferentes formas o apelando a elementos simbólicos de diversas categorías. En efecto, pueden expresarse en símbolos plásticos, en objetos, en personajes o en estructuras narrativas. Así por ejemplo, el motivo del viaje, al que hemos venido aludiendo, constituye una estructura narrativa compleja. Veamos su significación simbólica.


“Desde el punto de vista espiritual, el viaje no es nunca una mera traslación en el espacio, sino la tensión de búsqueda y de cambio que determina el movimiento y la experiencia que se deriva del mismo. […] el verdadero viaje […] es evolución. Por ello dice Guénon que las pruebas iniciáticas toman con frecuencia la forma de “viajes simbólicos”, representando una búsqueda que va de las tinieblas del mundo profano (o del inconsciente, madre) a la luz. […] El arquetipo del viaje es la peregrinación al «centro» o tierra santa. En el sentido más primario, viajar es buscar.” (Cirlot, 1997: 463-464)


Este motivo se expresa tanto en el nombre de la serie verniana como en la mayoría de las novelas que la componen y casi siempre con el sentido de búsqueda.
El motivo del viaje constituye la estructura narrativa que simboliza una trayectoria vital desde un estado de ignorancia, inmadurez, carencia o despojo hacia un estado superior de conocimiento o sabiduría, madurez, posesión o recuperación de lo perdido y manifiesta un carácter de iniciación, es decir de paso a un estado superior que representa un encuentro con las verdades profundas de la vida y con las explicaciones del universo. En síntesis no es sino una simbolización del crecimiento espiritual del ser humano en la etapa de tránsito entre la niñez o adolescencia hacia la adultez, proceso de autoconocimiento que le permite descubrirse a sí mismo mediante el reconociendo las zonas oscuras de su ser, los aspectos negativos que debe superar o dominar y los aspectos positivos que puede emplear en beneficio propio y de los demás. Por eso, el viaje es generalmente circular, vuelve al punto de partida, sólo que el que regresa ya no es el mismo que ha partido.
Hablamos del sentido iniciático del viaje porque en ese sentido de crecimiento, de pasaje de la infancia a la adultez, es un equivalente de los rituales de iniciación en las sociedades primitivas y aun en las actuales. En las sociedades primitivas no existía la adolescencia, sino que el individuo pasaba de la niñez a la adultez mediante ciertos ritos. Estos rituales o ceremonias abarcaban un período más o menos corto, durante el cual el niño, al llegar a la pubertad, era separado del grupo junto con otros de su edad y llevado a un lugar sagrado, choza, caverna, etc. Allí era instruido en los secretos del grupo, pasaba pruebas que lo acercaban a la experiencia de la muerte, que lo obligaban a probar sus fuerzas y su inteligencia, sufría torturas y mutilaciones como partes de esas pruebas y como marcas de su nuevo ser. Simbólicamente moría y renacía siendo un nuevo miembro pleno del grupo, al que finalmente retornaba. El niño, ser imperfecto, había muerto y había nacido el adulto. Como vemos, hay un paralelismo. El viaje representa el proceso de separación del grupo familiar; las aventuras equivalen a las pruebas. En ese periplo el héroe adquiere experiencias, conocimento, se prueba a sí mismo, se reconoce y alcanza los secretos que le permitirán regresar como un adulto, dueño pleno de sí mismo y útil a su familia originaria.
Ahora bien, este esquema muy general, presenta múltiples variantes que posibilitan que leamos cada novela como una obra única y al mismo tiempo como parte de una gran unidad. Además, este símbolo del viaje se enriquece con otros símbolos, pues éstos se presentan siempre en constelación, nunca aislados, de modo que la riqueza simbólica se potencia y se expande como el propio universo.
Veamos algunos aspectos de ese símbolo central del viaje.
Hay una novela de Verne que toma como núcleo fundamental el motivo del descenso a los infiernos: Viaje al centro de la Tierra (1864).
Esta novela relata la expedición de un sabio, el Profesor Lindenbrock, acompañado de su sobrino Axel que asume también el papel de narrador, tras las pistas que un sabio alquimista del siglo XVI, Arne Saknussemm, deja en un manuscrito cifrado. Descubrir su significado lleva cinco capítulos del libro. En síntesis, el documento indica cuál es la entrada al camino que conduce al centro de la tierra, viaje que el propio Saknussemm dice haber realizado. Los viajeros no sólo emprenden el viaje, sino que alcanzan su meta y vuelven a la superficie. Esto en síntesis extrema.
Dice Cirlot: “El «viaje a los infiernos» simboliza el descenso al inconsciente, la toma de conciencia de todas las posibilidades del ser, en lo cósmico y en lo psicológico, necesaria para poder llegar a las cimas paradisíacas.” (Cirlot, 1997: 464) Es decir la posibilidad de un conocimiento superior.
Si bien el infierno, caracterizado por el fuego, es el centro mismo de la tierra, el punto culminante del viaje, apenas vislumbrado por los expedicionarios que bajarán en su búsqueda, antes de ser expulsados por la fuerza del magma en erupción, el viaje al interior terrestre tiene otra connotación simbólica: representa el retorno al seno de la madre, es decir, al origen de la vida. ¿Cuáles son los conocimientos que descubren estos viajeros? Confirman una antigua teoría acerca de la existencia de otro mundo bajo la superficie terrestre, con su propia flora y su fauna y hasta con un mar interior, con tormentas, en fin, un mundo que es imagen del mundo exterior en sus orígenes. A diferencia de otras historias precedentes como la Odisea, la Eneida o La Divina Comedia, no se trata de visitar el país de los muertos e interrogar a las sombras de éstos o a los dioses del averno para descubrir las verdades, sino que allí los antecesores están vivos: enormes saurios que luchan entre sí, helechos y hongos gigantescos, más altos que los árboles, es la vida originaria que se ofrece a la contemplación. Inclusive en medio de esa naturaleza primitiva, encuentran a Adán, como un gigante de doce pies, cabeza de búfalo y crines de león.



Si decíamos que el viaje conforma una constelación con otros símbolos, encontramos aquí algunos como el de la caverna, símbolo del “corazón humano como «centro» espiritual […] lugar de reunión de imágenes de divinidades, antepasados o arquetipos.” (Cirlot. 1997: 129). Puede vincularse esa interpretación con la del magma o metal derretido, que simboliza la sangre ctónica, y el fuego central como el origen de la vida.
El laberinto, que en la novela aparece bajo forma de cuevas y pasadizos que los viajeros han de recorrer, representa precisamente el viaje iniciático y las pruebas. Mircea Eliade señala que la misión esencial del laberinto es defender el
centro, es decir, el acceso iniciático a la sacralidad, la inmortalidad y la realidad absoluta. Pensemos que para los intelectuales del Siglo XIX se profesa el conocimiento científico casi como una religión, la creencia en el sentido positivo de la ciencia y en la posibilidad de que la humanidad alcance una edad dorada a partir de ella, ha venido a ocupar el lugar de la fe con su redención de tipo religioso.
El volcán, símbolo recurrente en Verne, encierra sentidos contradictorios: es fuerza creadora y destructora. El mundo, prácticamente es una creación volcánica. Ese sentido desvastador y creador está presente, por ejemplo, en La Isla Misteriosa, que ha surgido y es destruida por una erupción y en El Eterno Adán en el cual el mundo
completo es desvastado por una erupción volcánica y recreado nuevamente. En Viaje al centro de la Tierra, está presente el doble sentido del volcán, que por un lado representa una fase de trabajo latente, contenido y oculto, en este caso representada la chimenea apagada del Yokul del Snefels, en Islandia, por cuya boca penetran los exploradores, y el volcán en erupción brusca y terrible, es decir el Strómboli, por el que emergen expulsados los personajes vernianos. Es claro que se trata de dos fases del tabajo creador y del ciclo de iniciación: a la fase latente corresponde el paso de las pruebas, el recorrido del laberinto. A la fase eruptiva, corresponde el encuentro con el centro, la gran iluminación, la posesión del sentido profundo del universo y la posibilidad de retorno al mundo exterior, portando la sabiduría. En la erupción se da la conjunción de los cuatro elementos fundamentales: tierra, aire, agua y fuego. Es por lo tanto un símbolo de conjunción y de plenitud; es una fuerza en expansión capaz de crear una nueva realidad, un mundo nuevo. De esta fuerza participan simbólicamente los personajes.
No de otro modo puede explicarse la inverosimilitud de un final para una novela que, por más que sea una de las más imaginativas y desapegadas de los conocimientos científicos de la época que haya escrito Verne, no deja de pertenecer a este autor que adopta la verosimilitud científica como un rasgo de su novelística al punto de criticar a Poe por su falta de apego a esa realidad. No es creíble que los personajes puedan salir expulsados por una erupción volcánica que los eleva como en un ascensor, apenas protegidos de los materiales hirvientes por una mal construida balsa de madera, sin daño significativo.
Otro de los elementos que forman parte del viaje es la pareja integrada por el héroe y el acompañante iniciador. En la Divina Comedia el héroe es el propio Dante, narrador de la historia, mientras que el guía iniciador es el poeta Virgilio. En el Viaje al centro de la Tierra el héroe es Axel, un profano en temas científicos, con rasgos antiheroicos que acompaña a su tío, científico apasionado. La figura del guía está desdoblada en varios actores. Si bien el Profesor Lindenbrock es la figura central de este rol, una parte del mismo está cubierta por el alquimista Saknussemm que ha marcado el camino del laberinto y también por el guía islandés, el pastor Hans. Podría pensarse que es el Profesor quien ha realizado el proceso iniciático, en la medida en que al final de la historia resulta lleno de honores y reconocido por todo el mundo científico. Sin embargo éste no puede descubrir el misterio de la brújula que, en lugar de conducirlos al norte, los condujo hacia el sur, viajando por el subsuelo terrestre desde Islandia hasta Italia. Es en cambio Axel quien resuelve el problema cuando, varios meses después de la salida del volcán, observa que aguja de la brújula señala al sur y no al norte.
El diálogo se desarrolla así:


“- ¿Qué pasa? -preguntó [Lindenbrock].
-¡La brújula!...
-¿Y bien?
-¡Pues que su aguja indica el sur y no el norte!
-¿Qué estás diciendo?
-¡Mire, sus polos están cambiados!
-¡Cambiados!
Mi tío miró, comparó e hizo temblar la casa de un salto soberbio.
¡Qué luz venía a iluminar su mente y la mía!
-Así pues -exclamó en cuanto recobró la palabra-, desde nuestra llegada al cabo Saknussemm ¿la aguja de esta condenada brújula estaba marcando el sur y no el norte?
-Evidentemente.
-Entonces se explica nuestro error. Pero ¿qué fenómeno pudo producir esta inversión de los polos?
-Nada más sencillo.
-Explícate, muchacho.
-¡Durante la tormenta en el mar Lindenbrock la bola de fuego que imantaba el hierro de la balsa sencillamente desorientó nuestra brújula!
-¡Ah! – gritó el profesor con una estrepitosa carcajada-, ¿Fue pues una mala pasada de la electricidad?”
(Verne, 1982: 280-281)



De modo que Axel ha sido iniciado en el conocimiento de las fuerzas que rigen la realidad y su mirada penetrante ahora ve más allá que la de su propio maestro.
EL viaje se presenta en otras novelas bajo otras características. Por ejemplo, en Veinte mil leguas de viaje submarino, Verne apela al motivo del viaje nocturno.
El viaje nocturno es un viaje por el mar, que “procede de la antigua noción de que el sol, durante la noche, atraviesa los abismos inferiores experimentando una muerte (a veces concebida como real, seguida de resurrección; a veces como figurada). Ese abismo era asimilado a las aguas del tercer nivel (infernal)”. (Cirlot, 1997: 465)
El viaje se realiza en un cofre, en un cesto o en el vientre de un gran pez que ha devorado al héroe solar. Verne reelabora el motivo. Los tres personajes viajeros no son devorados por un gran pez, sino que caen prisioneros del misterioso Nautilus, el submarino del capitán Nemo y viajan en su vientre a través de varios mares y océanos. El viaje por el fondo del mar es también un viaje de iniciación como conocimiento de un mundo sumergido pleno de vida y de belleza. El vientre vidriado de la nave posibilita observar el fondo marino con toda su flora y fauna que Verne se deleita en describir minuciosamente. Pocas de sus novelas tienen la belleza que alcanzan esas descripciones.
Por otra parte, además de retomar el símbolo del Pez devorador, “Schneider señala que el pez es el barco místico de la vida, ya ballena o ave, pez volador o normal, «pero siempre huso que hila el ciclo de la vida siguiendo el zodíaco lunar».“ (Cirlot, 1997: 366)
Pero por otra parte, el Nautilus tiene ciertas características comunes con el símbolo del Arca de la historia de Noé: “La idea sustancial de dicho significado simbólico consiste en creer que las esencias de la vida física y espiritual pueden retirarse a un germen mínimo y permanecer allí encerradas hasta que las condiciones de un nuevo nacimiento posibilitan la existencia exteriorizada”. (Cirlot, 1997: 93).
En efecto, el Nautilus encierra en sus entrañas una biblioteca con las más importantes obras de la literatura y de la ciencia universales, así como una extensa y valiosísima colección de obras de artes plásticas y musicales, representación de lo espiritual; pero también una maravillosa colección de productos del mar, que representarían el mundo natural, si bien con las características de un museo. No es en realidad la vida lo que Nemo ha atesorado en su arca, puesto que no tiene que salvarla del diluvio, sino la cultura que necesita salvar de un mundo que considera decadente.
Las novelas marítimas se multiplican en Verne. Una de las más interesantes, llena de misterio y revelaciones tan imaginativas como poco científicas, es La esfinge de los hielos, escrita como continuación y homenaje a La aventura de Arthur Gordon Pim, de Edgar Allan Poe.
El viaje marino también es el motivo de El Chancellor, soberbia novela en la que el mar aparece como amenaza. El Chancellor, incendiado y salvado a duras penas, navega en un lento naufragio. Su tripulación sufre la degradación del aislamiento, el hambre, la sed, el calor, la enfermedad, la muerte, la antropofagia en un recorrido sin brújula ni timón. Es evidente el simbolismo del mar como representación del inconsciente al que los viajeros quedan librados. En esta novela también se presenta el tema de la iniciación, pero desde una perspectiva no heroica, puesto que no se trata de personajes que emprenden una aventura sino de viajeros burgueses que son llevados a una situación de catástrofe, que deben padecer las pruebas aunque no estén dispuestos a emprenderlas, que han sido atrapados por las fuerzas superiores, avasallantes del inconsciente y que se convierten no en héroes, sino en sobrevivientes. Es una aventura antiheroica en la que algunos de los símbolos tradicionales están invertidos: la nave ya no es la isla segura o el arca contenedora que protege la vida en su interior, sino una especie de cárcel de la que los navegantes no pueden escapar. La aventura no es una aventura de crecimiento, sino de degradación. En este sentido es una novela moderna.
Hay otras novelas en las cuales el viaje pierde el valor iniciático y, aunque
sigue conservando el sentido de experiencia enciclopédica, juega en un nivel mu-
cho más denotativo, aventurero.
Sería el caso de Cinco semanas en globo. El globo comparte con la esfe-
ra el sentido de totalidad y como tal conlleva la idea de centro, la idea de mundo
y la de eternidad o, del alma del mundo. En la alquimia, el globo alado es repre-
sentación del movimiento espiritual. El viaje en globo aparece también en La isla
misteriosa como escape hacia la libertad.
En esta novela, el viaje, si bien es un desplazamiento en el espacio, re-
presenta un viaje en el tiempo, puesto que el grupo de prisioneros que escapa
en el globo, llega a una isla en la cual recrea la civilización desde sus cimientos.
El viaje es el hilo conductor de La vuelta al mundo en 80 días, otra aven-
tura de conocimiento, si bien bajo el pretexto de una apuesta. El recorrido de
Fielas Fog es un recorrido por la diversidad de paisajes y culturas que encerraba el mundo diversificado del siglo XIX. Es casi una novela turística, si bien de turismo de riesgo o aventura.
Y por supuesto, están las dos novelas que cuentan el viaje espacial: De la Tierra a la Luna y Alrededor de la luna. Aquí la aventura parece tornarse puramente científica. No hay en ella otro interés que el de un grupo de hombres que pretenden realizar una hazaña extraordinaria basándose en la ciencia. Pero pensemos un poco en la simbología lunar. La luna está ligada a lo femenino debido a su influjo sobre las aguas y sobre los ciclos vitales, específicamente sobre el ciclo de fertilidad de la mujer, de los animales y de las plantas. La luna se convierte entonces en Señora de las mujeres. Esta aventura de hombres queriendo conquistar la luna parecería ser una conquista de lo femenino. La forma de bala del proyectil en el que viajarán es una forma fálica. La simbología de la luna es una de las más complejas. Este viaje a lo femenino es también un viaje al inconsciente, una ascensión, en lugar de un descenso, a los infiernos o, por lo menos, al país de los muertos, pues en ciertas concepciones y creencias se consideraba a la luna como el lugar adonde iban las almas después de la muerte, esperando la reencarnación. En fin, podríamos seguir explorando éstas y muchas otras novelas en relación con el viaje.
Digamos, para ir terminando, que el siglo XIX creó su propio mito, el de la ciencia y, en ese sentido, dada la afición del noveñista por el conocimiento científico, podríamos considerar que contribuyó fuertemente desde la literatura a la consolidación de ese mito, que presentó a la ciencia como una nueva religión y le atribuyó un sentido salvador para la humanidad.
No obstante Verne, si merece el nombre de Profeta de la Ciencia, como se lo ha llamado, más que por tomar la ciencia como motivo de sus novelas, es porque supo anticiparse a su tiempo en ver el lado flaco o vulnerable de esa bendición que parecían representar la ciencia y la técnica para la humanidad. En una gran novela publicada póstumamente: La Misión Barsac, Julio Verne se anticipa al mal uso de la ciencia, como elemento de dominación y esclavización del hombre. Puede maravillarnos el potencial de la mente humana trabajando con el conocimiento científico y tecnológico, capaz de crear un oasis en el medio de un desierto, vehículos aéreos, lluvias artificiales, ríos… pero espanta al mismo tiempo el sometimiento de estos adelantos a intereses egoístas y antisociales, a prácticas fascistas que anticiparon el nazismo y otros totalitarismos modernos. Verne critica fuertemente el uso bélico de la ciencia. Pero lo interesante es que estos planteos no son exclusivos de su última etapa en la cual había sufrido muchos desengaños y pérdidas afectivas y pasaba por una fuerte depresión a partir de las mismas y de sus enfermedades crónicas; ni solamente los hace en esta novela póstuma. Ya en 1896 los realizaba en Frente a la Bandera. Pero lo más llamativo es que ese desencanto de la ciencia estaba ya en su primera novela, que presentó a su editor Hetzel, quien la rechazó de plano y que sólo fue publicada después de su muerte: París en el siglo XX. Es decir que siempre estuvo en su pensamiento ese sentimiento desesperanzado que lleva al personaje, un poeta y músico joven, a la autodestrucción, por vivir en una sociedad dominada por la economía y olvidada de los valores más elevados del espíritu.
No es casual que muchos de los científicos creados por este autor, sean excéntricos, maniáticos satirizados; locos, desequilibrados, vengativos o alienados de la realidad, incapaces de comprender el alcance moral de sus acciones. Cuando toman conciencia del daño causado o potencial, se autodestruyen y destruyen su creación.
Digamos que en el análisis nos han faltado tocar algunos símbolos: por ejemplo el de la isla, sumamente importante en las novelas vernianas; el del río; el del oro, que aparece también en varias novelas. El desierto, el bosque o selva, la montaña son otros tantos símbolos que habría que analizar.
Se los dejo a ustedes, y les dejo la tarea, a modo de trabajo práctico sugerido, de encontrar otros símbolos que ni siquiera he nombrado. Para ello tendrán que leer, al menos, algunas de las novelas de Verne. Si llegamos a eso, esta clase se justificará plenamente.
Hace algunos años salió una colección de lecturas juveniles excelente que se llamó Mis libros, de Editorial Hyspamérica, de la cual forman parte varias de las principales novelas del autor francés, con grabados originales, estudios posliminares y notas muy buenas. Pueden encontrarse ejemplares en las librerías de canje. Actualmente Editorial Planeta Dagostini está publicando la Colección Julio Verne, con una novela mensual, con grabados originales también pero sin notas ni estudios. La colección Robin Hood tiene asimismo algunos títulos interesantes.
Lamentablemente las colecciones juveniles muchas veces, con el pretexto de alivianar la lectura para las nuevas generaciones, mutilan estas obras y transmiten una visión parcial del trabajo creativo de Verne. ¿No sería preferible otro tipo de adaptación, mediante la incorporación de notas, de imágenes, mapas, gráficos que ayudaran a comprender más amplia y profundamente las historias vernianas? Conectar al lector joven con el contexto de producción de la obra puede requerir de otros textos, de paratextos icónicos enriquecedores de la visión, y de explicaciones que ayuden a saltar la barrera que el paso del tiempo ha ido creando.


BIBLIOGRAFÍA


Chertudi, Susana (1967). El cuento folklórico. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.
Cirlot, Juan Eduardo (1997). Diccionario de símbolos. Barcelona, Siruela.
Foucault, Michel (1995). La verdad y las formas jurídicas; Barcelona, Gedisa.
Marina, José Antonio, “El viaje de la ciencia” en En busca de Verne,
http://www.elcultural.es/HTML/20050324/Letras/LETRAS11612.asp visita del 2/10/2005
Serres, Michel (1968). “Geodésicas de la Tierra y el Cielo”, en Verne: un revolucionario subterráneo. Buenos Aires, Paidos.
Verne, Julio (1982). Viaje al centro de la Tierra. Madrid, Hispamérica.
Verne, Julio (1998). “El eterno Adán” en Gandolfo, Elvio E. (comp. y trad.) Los mejores cuentos de ciencia ficción. Buenos Aires, Ameghino Editora S.A.

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