La señora luna
le pidió al naranjo
un vestido verde
y un velillo blanco.
La señora luna
se quiere casar
con un pajarito
de plata y coral.
Duérmete, Natacha,
e irás a la boda
peinada de moño
y en traje de cola.
(De Las canciones de Natacha de Juana de Ibarbourou)
El 8 de marzo de 1892, nacía en Melo, Uruguay, Juana Fernández Morales, conocida popularmente como Juana de Ibarbourou, por el apellido de su marido con quien se casó a los 20 años. Su gran popularidad en el ámbito hispanohablante la alcanzó por sus primeras colecciones de poemas, de estilo modernista: Las lenguas de diamante (1919), publicado bajo el seudónimo de Juanita de Ybar; la colección de prosa poética El cántaro fresco (1920) y el poemario Raíz salvaje (1922), que obtuvieron repercusión internacional y fueron traducidos a varias lenguas. A partir de entonces, publicó más de treinta libros, en su mayoría de poesía, aunque escribió también Chico Carlo (1944), en base a memorias de su infancia, y Los sueños e Natacha (1945), una obra de teatro. Su amplia popularidad le mereció el apelativo de Juana de América, con el que se le rindió un homenaje oficial en 1929. Se la suele comparar con poetisas tan importantes como la chilena Gabriela Mistral o la argentina Alfonsina Storni.
Integró la Academia uruguaya en 1947, y mediante la evolución de su estilo que ganó en serenidad y melancolía, obtuvo en 1959 el Premio Nacional de Literatura, otorgado a partir de ese año.
Ocupó en 1950 la presidencia de la Asociación Uruguaya de Escritores, que se acababa de fundar.
El gobierno de México la nombró en 1951 “Huésped de Honor permanente” de la ciudad, y le otorgó la medalla de oro.
La Unión de Mujeres Americanas, residentes en Nueva York, le concedió el título de “Mujer de las Américas” de 1953 por su distinguida labor literaria.
Recibió en el año 1959 el “Gran Premio Nacional de Literatura del Uruguay”.
Un optimismo vital, que apela al cromatismo y a un lenguaje sencillo sin alambicamientos conceptuales, dotan a su obra de claridad, naturalidad y frescura, dentro de un estilo de rasgos modernistas que, posteriormente avanzaron hacia el vanguardismo. Su temática tiende a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza. Imprimió a sus poemas un erotismo que constituye una de las vertientes capitales de su producción.
Ejemplario (1927), Chico Carlo (1944), Los sueños de Natacha (1945), Juan Soldado (1971), son algunas de sus obras que han pasado a ser patrimonio de los niños.
Recuerda:
“ Todos los sueños de mi infancia están arrullados por cuentos muy criollos, de gracia socarrona o de dramatismo fantástico. Feliciana, mi negra aya, y mamá se repartían la amorosa tarea de contar a la insaciable historias de animales conversadores y de fantasmas vagabundos. No sé cuáles prefería. Fui dueña de un mundo plácido, extraordinario y escalofriante en el que filosofaban las pequeñas bestias silvestres y hacían de jueces y vengadores los aparecidos sin paz en su sepulcros… Ella, por su parte, me contaba las andanzas y aventuras de los animales del campo, recogiendo preciosas tradiciones ya casi perdidas. De ese modo aprendí a querer a esos burritos peludos, grises y blandos como el algodón, veinte veces tataranietos de aquel que llevó a Egipto la Sagrada Familia y al cual San José azuzaba con un florido vástago de la flor que lleva su nombre; así supe de la astucia del zorro, que se hace el muerto para burlar al león”…
Murió en Montevideo el 15 de julio de 1979, a los 87 años.
le pidió al naranjo
un vestido verde
y un velillo blanco.
La señora luna
se quiere casar
con un pajarito
de plata y coral.
Duérmete, Natacha,
e irás a la boda
peinada de moño
y en traje de cola.
(De Las canciones de Natacha de Juana de Ibarbourou)
El 8 de marzo de 1892, nacía en Melo, Uruguay, Juana Fernández Morales, conocida popularmente como Juana de Ibarbourou, por el apellido de su marido con quien se casó a los 20 años. Su gran popularidad en el ámbito hispanohablante la alcanzó por sus primeras colecciones de poemas, de estilo modernista: Las lenguas de diamante (1919), publicado bajo el seudónimo de Juanita de Ybar; la colección de prosa poética El cántaro fresco (1920) y el poemario Raíz salvaje (1922), que obtuvieron repercusión internacional y fueron traducidos a varias lenguas. A partir de entonces, publicó más de treinta libros, en su mayoría de poesía, aunque escribió también Chico Carlo (1944), en base a memorias de su infancia, y Los sueños e Natacha (1945), una obra de teatro. Su amplia popularidad le mereció el apelativo de Juana de América, con el que se le rindió un homenaje oficial en 1929. Se la suele comparar con poetisas tan importantes como la chilena Gabriela Mistral o la argentina Alfonsina Storni.
Integró la Academia uruguaya en 1947, y mediante la evolución de su estilo que ganó en serenidad y melancolía, obtuvo en 1959 el Premio Nacional de Literatura, otorgado a partir de ese año.
Ocupó en 1950 la presidencia de la Asociación Uruguaya de Escritores, que se acababa de fundar.
El gobierno de México la nombró en 1951 “Huésped de Honor permanente” de la ciudad, y le otorgó la medalla de oro.
La Unión de Mujeres Americanas, residentes en Nueva York, le concedió el título de “Mujer de las Américas” de 1953 por su distinguida labor literaria.
Recibió en el año 1959 el “Gran Premio Nacional de Literatura del Uruguay”.
Un optimismo vital, que apela al cromatismo y a un lenguaje sencillo sin alambicamientos conceptuales, dotan a su obra de claridad, naturalidad y frescura, dentro de un estilo de rasgos modernistas que, posteriormente avanzaron hacia el vanguardismo. Su temática tiende a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza. Imprimió a sus poemas un erotismo que constituye una de las vertientes capitales de su producción.
Ejemplario (1927), Chico Carlo (1944), Los sueños de Natacha (1945), Juan Soldado (1971), son algunas de sus obras que han pasado a ser patrimonio de los niños.
Recuerda:
“ Todos los sueños de mi infancia están arrullados por cuentos muy criollos, de gracia socarrona o de dramatismo fantástico. Feliciana, mi negra aya, y mamá se repartían la amorosa tarea de contar a la insaciable historias de animales conversadores y de fantasmas vagabundos. No sé cuáles prefería. Fui dueña de un mundo plácido, extraordinario y escalofriante en el que filosofaban las pequeñas bestias silvestres y hacían de jueces y vengadores los aparecidos sin paz en su sepulcros… Ella, por su parte, me contaba las andanzas y aventuras de los animales del campo, recogiendo preciosas tradiciones ya casi perdidas. De ese modo aprendí a querer a esos burritos peludos, grises y blandos como el algodón, veinte veces tataranietos de aquel que llevó a Egipto la Sagrada Familia y al cual San José azuzaba con un florido vástago de la flor que lleva su nombre; así supe de la astucia del zorro, que se hace el muerto para burlar al león”…
Murió en Montevideo el 15 de julio de 1979, a los 87 años.
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