jueves, 18 de marzo de 2010

LOS LIBROS PARA NIÑOS YA NO SON LO QUE ERAN ANTES






No lo digo con nostalgia, aunque amo y valoro los libros antiguos como podrían amarse las joyas antiguas o los vinos añejos.
Los libros para niños ahora son diferentes, aunque algunos sigan siendo iguales, especialmente por el rol que cumple la imagen en ellos.
Antes podíamos mirar las imágenes en aquellos libros como una forma de recreación visual, o como la extensión del placer que produce la lectura de la historia, como un eco, como un pequeño lujo, como una traducción a otro lenguaje o como un testimonio sensorial de lo que dicen las palabras. Tal vez, en el caso de grandes ilustradores como Doré, como una rendija que nos permite vislumbrar ciertas profundidades más allá de lo escrito.
Si bien la imagen en muchos libros infantiles sigue cumpliendo esas funciones un poco subordinadas a la letra, en muchos otros casos ya no pueden ser simplemente miradas con el placer pasivo de quien mira un paisaje bello o un bello retrato, pues la imagen en los libros para niños han comenzado a decir otras cosas que el texto verbal no dice, a incorporar sentido, a dialogar con el texto, sea éste un armonioso diálogo o una discusión un poco ácida.

El texto verbal, por sí solo, ya no dice todo o lo suficiente. Conformarnos sólo o fundamentalmente con él es como escuchar una conversación del otro lado de la pared. En una conversación las palabras tienen miradas, los silencios tienen sentidos que sólo podemos interpretar adecuadamente si presenciamos la escena; es fundamental ver lo que pasa para entender la relación entre los interlocutores, sus actitudes, sus intenciones. En el libro para niños, las ilustraciones están no sólo para decorar o reproducir lo escrito, sino para decir otras cosas, para subrayar o enfocar las palabras de determinada manera. Al menos metafóricamente, podemos afirmar que se deben leer, que no son una reproducción de la realidad o una simple concretización de la ficción narrada, comprensible simplemente por su percepción sensible. Existe una cierta gramática de la imagen que los ilustradores utilizan intencionalmente en sus producciones y hace falta un observador activo para interpretarlas y para interpretar los mecanismos expresivos que la imagen aporta, para relacionarlos con el relato en palabras y elaborar un sentido.
No se trata de un conocimiento técnico el que se necesita, aunque ese conocimiento puede ser de gran ayuda; pero sí de un conocimiento comunicativo, como el que construimos en el proceso de aprender el lenguaje hablado. Así como las palabras vienen a ponerle una dimensión de sentido al mundo, al asociarse con los objetos y los seres, las imágenes vienen a asociarse con las palabras para construir esos universos de sentido que yacen dormidos en los libros esperando que les prestemos atención para despertarlos.





Oscar Caamaño

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